
Abogado y escritor, de origen merchero, famoso durante la dictadura franquista tras ser acusado y condenado por atraco y asesinato. Hoy en día es todo un ejemplo de reinserción social; estamos hablando de Eleuterio Sánchez, anteriormente conocido como “El Lute”.
Tras la muerte de El Lute ¿Queda algo de él en Eleuterio?
Es difícil, yo creo que no queda. Para empezar nunca me llamaron Lute; eso fueron los eminentes sociólogos de la policía, de la Dirección General de Seguridad. Nunca me llamaron Lute, sí Terio, porque mi familia era inculta y eso de Eleuterio les costaba mucho, pero Lute no. ¿Qué queda? Pues no sé, es como un niño cuando empieza a andar, ¿qué queda cuando tienes sesenta años de ese niño? Pues más o menos, imagínatelo.
Está claro que su imagen ha cambiado desde entonces; pasa de ser un delincuente temido a un ejemplo de reinserción ¿cómo vive ese cambio?
Ni fui delincuente antes, ni soy delincuente ahora, ni lo seré nunca. Antes robaba gallinas porque no tenía para comprarlas; seguramente la rehabilitación y el milagro de mi rehabilitación es que hoy no robo gallinas porque las puedo comprar. Con eso te sintetizo todo.
¿Fue El Lute un producto creado por la dictadura franquista?
Así es, efectivamente. En España había miles de Lutes, lo que pasa es que en mí coincidieron una serie de elementos. Había que destacar a uno porque en España no solamente tenemos sol y tenemos a Lola Flores, es que tenemos también al Lute que es el más malo de todos.
Por tanto somos famosos en España por esto también. Es como Ronaldo, Ronaldo es un gran jugador pero es mala persona por lo visto, pues El Lute era malísimo, pero era un tío muy bravo y muy valiente, habrá que lucirlo ¿no? Y como de las cosas que importan a una sociedad, que es la cultura, que es la política, es la economía, no se podía hablar pero del Lute sí se podía hablar; serví de chivo expiatorio.
¿Cosas que quedaron atrás en aquella época?
¿Atrás? Yo creo que todo, creo que quedó atrás todo. Como consecuencia de esta metamorfosis que se operó en mí y en otros, en más españoles. Lo que pasa es que como yo era un compendio de todo lo malo pues ahora lo bueno, también me quieren poner ahora como santo y tampoco es eso. Si yo de algo me siento orgulloso, porque eso es mío de verdad, nadie me lo ha puesto, es de que, a pesar de que el sistema quiso destruirme, no lo ha conseguido y soy una persona normal; me siento orgulloso de ser una persona normal a pesar de todo.
En alguna ocasión ha afirmado que la cárcel no nos ayuda a rehabilitarnos, sino que es más una cuestión de uno mismo. En aquellos momentos ¿qué le motivó a estudiar y querer progresar intelectualmente?
Llega un momento en el que tienes una condena de treinta años, eres joven, te hartas de llorar, de no comer, de no dormir, y llega un momento en el que dices “esto no es vida, tengo que arreglarlo de alguna manera”; y entonces te dedicas a ser un poco más práctico, a aprovechar el tiempo. A veces de la desgracia haces virtud; de lo que es una tremenda desgracia que es estar en la cárcel con una condena muy grande, pues aprovechas este tiempo porque, en definitiva, eso es lo que tenemos los seres humanos: tiempo, la vida es tiempo. Matar el tiempo es matar la vida. Qué mejor que aprovecharla en la cárcel, dado que aquí no hay que trabajar. Malo o bueno te ponen tres cazos de bazofia humeante cada día; como tampoco haces mucho trabajo vas viviendo, y si te ayuda la familia, como fue mi caso, pues estupendo. Hay que aprovechar el tiempo porque en la calle no se puede hacer todo lo que uno quiere. Hay que buscarse la magra pitanza, hay que pagar las letras, pagar el piso, la luz, el agua…Ahí todo eso estaba gratis. Pero hay que hacer abstracción de lo que es una condena, porque una persona sin libertad es un ser eunuco, está castrado. Hacer abstracción me costó más tiempo, me costó varios años pero al final lo conseguí.
¿Por qué Derecho?
Como se aplicó sobre mis espaldas tan torcidamente el Derecho, pues mejor Derecho que cualquier otra. Yo, en mi fantasía de estudiante, pensaba que al conocer el Derecho podría remover los cimientos del Sistema, pensaba yo; al conocerlo, como cualquier otro jurista o juez, pensaba que me situaba en ventaja. Pero no, no es verdad.
¿Qué puede decirnos del término “fuguista”?
Muchas cosas. El término fuguista, lo he dicho muchas veces, es un hombre que tiene la fuga constante aquí en la cabeza, el que está en la cárcel quiere salir en libertad, esto es algo común, pero cuando tienes mucha condena, es que fugarse cuando tienes seis meses de condena es como un capricho…aguántate un poco, haz un cursillo, aprovecha el tiempo, haz lo que sea y pasa del tema. Pero cuando no tienen ningún tipo de esperanza la fuga es algo constante, permanente; e, inclusive, hay un fenómeno de rasgo psicológico que yo convengo en calificar en que el fuguista no es un preso total, completamente preso, la cárcel no puede con él porque la cárcel siempre tiene un sentido de provisionalidad para él, porque hoy me tenéis preso pero mañana puedo conquistar la libertad. Y como yo ya lo había hecho, porque yo me fugué dos veces, pues pensaba en ello, y la cárcel no pudo conmigo; no pudo conmigo en el sentido de resignación, de institucionalizarme dentro de la cárcel. No pudo conmigo porque siempre estaba dentro de mí el rebelde, el fuguista. Es una pasta especial la del fuguista.
Usted era más libre dentro de la cárcel que los carceleros, ¿por qué?
No hace mucho se ha hecho un documental que no se acaba de emitir todavía porque están intentando venderlo por ahí. Yo era más libre que los propios carceleros sí. Porque la libertad está aquí –señala su cabeza- . La Libertad es algo que se tiene o no se tiene, como tantas cosas en la vida, es algo que va contigo. Es tu segunda naturaleza, está contigo. La libertad no es algo que se regale, eso sería una libertad devaluada; la libertad se conquista y es una conquista del alma, y yo la tenía conmigo.
¿Cuál era el objetivo inicial de Camina o revienta?
Yo estaba en el colector general de Sevilla con dos disparos, movilizaron tanta guardia civil por Sevilla, mi familia no me podía ayudar, las personas que podían hacerlo estaban siendo muy vigiladas, no tuve más remedio que meterme en un colector, en la cloaca de una gran ciudad como Sevilla, y allí me metí; allí a la luz de un candil empecé a escribir, no un libro, ni mucho menos, yo no pensé que eso iba a terminar en un libro, era una especie de testamento porque yo creí que me iba a morir allí, por las heridas y el sitio tan infecto, tan desagradable donde estaba. Pensé que eso era mi final y quería escribir un testamento para que un día, cuando fuera, porque lo más probable era que un guardia civil me pegara un tiro y le pusieran veinte medallas porque había quitado una mala hierba, pues algún día pensé que alguien leería lo que le había pasado a este pobre hombre.
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